miércoles, 31 de diciembre de 2008

AL "PRODIGIO" SE LE ACABÓ LA ORIGINALIDAD...

Aunque no de usarla, desde luego. El último sencillo de The Prodigy, Invaders Must Die, suena como los Chemical Brothers cuando afinan las mesas de mezcla y como lo harían los Does I Offend You, Yeah? si fueran mediocres.

Tras el infumable Always Outnumbered, Never Outgunned, el trío ha decidido volver a intentarlo con la música disco. Será que han encontrado un tremendo filón en ella o que ya no les queda salud ni energía para berrear como lo hacían en sus “conciertos” en los que causaban daños irreparables a más de uno con la connivencia de salas como la barcelonesa Razzmatazz. Por supuesto, todo presuntamente, pero lo que no es presunción es que los asistentes no oían al salir y algunos de ellos gozarán de unos maravillosos acúfenos in sécula seculórum.
Y es que, aunque se acabe la furia, hay que seguir comiendo y los tiempos están cada vez más difíciles, ¿eh, Prodigy? La rabia se ha aburguesado…

domingo, 14 de diciembre de 2008

LOS UNIFORMES DEL PERSONAL DE RAZZMATAZZ NO SON DE MAYORAL

Mayoral, hace amigos.

¿Qué me importa a mí, pobre mortal proletaria, que el día que acudo a cubrir un concierto, el jefe de sala o el gorila de la puerta estén con la regla, hayan tenido que acudir al trabajo insatisfechos ante la negativa de su pareja, sus padres no les hayan prestado la suficiente atención para procurarles la debida educación, sean hijos no deseados y estén marcados de por vida, vivan amargados por el cambio climático, sigan sintiendo en el alma la pena de la pérdida del presidente de la Asociación del Rifle o les aprieten los calzoncillos?

Razzmatazz celebra su aniversario con el mismo buen rollo que debe de reinar en casa de la Obregón cada vez que enciende una vela más en la tarta. El 12 de diciembre nos quedamos como pasmarotes ante el poco saber estar y la chulería serrana de quienes parecían ser los jefes de sala de aquella noche. Haciendo gala de la gran organización que caracteriza a Sinnamon (brazo artístico de la discoteca) nuestros nombres no estaban en la lista, a pesar de haberlo solicitado con un mes de antelación y (esto es lo mejor) de haber recibido una doble confirmación (serán las meigas…). Con todo y con esto, el “pseudosemidios por una noche” encargado de la puerta nos negó el acceso y toda posibilidad de avisar a la persona encargada, con lo que nosotros, que no somos más que personas, nos tuvimos que volver a casa llenas de impotencia, con el rabo entre las patas y sin poder hacer nuestro trabajo por alguien que no sabe realizar el suyo. Por esta razón hemos decidido no volver a cubrir ningún acontecimiento que se celebre bajo ese techo hasta que no cambie de dueño o les den lecciones de educación y saber estar a semejantes estafermos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

VUELVE LA TEMPESTAD

Se nos ha mostrado iracunda, triste, desafiante, ronroneante, pandillera, escabrosa y madura. Creemos que lo hemos oído todo de ella. Polly Jean Harvey, una de las grandes damas y mayor esperanza de la música pone nuevo disco en el mercado, pero esta vez no viene sola. John Parish, con quien ya grabara en 1996 Dance Hall At Louse Point, un álbum que no sobresale aporta nada a la trayectoria de esta gran artista, la acompañará en esta nueva aventura que se espera salga de las tinieblas el 30 de marzo de 2009. El título elegido es A Woman A Man Walked By y se ha grabado entre Bristol y Dorset. El disco que, por las informaciones recibidas, parece estar ya terminado aunque desconocemos todavía si se editará bajo el mismo sello, ha contado con Flood como mezlcador de lujo (recordemos que ha trabajado con Curve, U2, Depeche Mode y Smashing Pumpkins por citar sólo algunos ejemplos). Sólo nos queda ir pasando hojas del calendario y esperar que el producto esté a la altura de los ingredientes. En tres meses sabremos si PJ ha hecho definitivamente las paces con el mundo.

LA NUEVA HARVEY


PJ nos deja totalmente desconcertados con su disco más sensato e intimista.

Todos nos preguntamos con nostalgia dónde está esa fémina irónica y furiosa con el mundo; dónde quedó esa rebeldía que hacía de Polly Jean el icono salvaje e indómito que nos cautivó. ¿Se habrá rendido ya? Sin embargo, hay cosas que nunca mueren: esa elegancia tan íntimamente ligada no sólo a su persona sino también a su música.

White Chalk, el octavo álbum de estudio de esta diosa, contiene once temas en los que prima el minimalismo musical por encima de todo. Nada de guitarras, ni de gritos, ni de reivindicaciones. Las canciones rezuman sumisión, pasividad y desencanto existencial, como la banda sonora de un viejo y deprimente salón del oeste de ultratumba en plena decadencia. Lo que no ha cambiado es la calidad y el esmero en la producción y en la interpretación porque, no nos engañemos, estamos ante un gran disco; demasiado denso quizás. Como con el buen cacao, hay que encontrar su momento, aprender a apreciarlo, dejarlo que se funda lentamente y sacarle todos los aromas y las reminiscencias. No es una de esas aberraciones con leche que se puede meter entre el pan todos los días para el almuerzo. Estos temas muestran lo mismo que la portada, una Polly sencilla, sin maquillaje, sin conservantes ni colorantes. Una mujer experimentada y madura.

Pero ¿quién desea madurez cuando puede tener la ira, el descaro, la frescura y la sensualidad de la antigua Harvey? Aquélla tétrica y furiosa con el mundo, la Harvey de This is Love, Under the Water, Rid of Me o A Perfect Day Elise. Esperemos que vuelva.

Disco: White Chalk (Edita: Universal Island Records)

martes, 9 de diciembre de 2008

BAC! 08 IX Edición: ESCAPARATE DE "MODEN·NAS"

¡MIRA UNA MODERNA! Y otra. Y otra más...

El día 6 de diciembre de 2008, la novena edición del Bac! se ponía el vestido de flores de pared de salita de Cuéntame, el gorro más esperpéntico que había en los alzados, la toquilla mañanera heredada de la abuela, las gafas de sol de montura de pasta amarilla y se mostraba a los asistentes haciendo halago de toda la sencillez y buen gusto que estos grotescos trapitos le permitían. Lo que se llama “'arreglá' pero informal”. Atrás quedaron los días de vino y rosas en los que los asistentes a una inauguración se ponían de tiros largos y le sacudían la naftalina a lo mejor del armario. Esto es lo que nos ha traído la democratización del arte. En un ambiente casi irrespirable en el que apenas podías dar un paso, modernos, pseudointelectualoides, semieruditos y casiguapos se daban de bofetadas por ser los primeros en contemplar las obras que allí se exponían.

¡Viva el mal! ¡Viva el capital!

No creas que no le ha caído menudo papelón al Bac! Este año le toca vendernos la moto de lo malo que es el consumismo, de lo pernicioso de la moda y de lo alienante del capitalismo. ¿Y cómo lo van a conseguir? Fácil, predicando con el ejemplo, derribando iconos y demostrándonos que todos somos iguales, independientemente de cómo vistamos y de a lo que nos dediquemos. Por eso, el día de la inauguración, mientras la plebe aguardaba en una cola ingente para entrar a la exposición, esa gran mujer de letras, intelectual, revolucionaria e importante efigie mundialmente conocida que tan profundamente ha marcado nuestra era, Bimba Bosé llegó la última y entró la primera (junto con su enigmático acompañante, que debía de ser igual de importante si no más), saltándose a la torera con toda la cara del mundo el turno, auspiciada por Gigi R. Harrington, una de las directoras de la muestra. Ahí, ahí, duro, que somos tontos y no nos enteramos.

Pues mira que decía yo esto último con ironía y va a resultar que llevo razón. Una de las personas que concurría con alguna obra era Gori de Palma quien, cual último modelo de Barbie con sus complementos, jugaba a ser artista. Y es que ¿qué mejor representante para luchar contra la moda, las imágenes, las marcas y el consumismo que un diseñador de ropa cuyas prendas imposibles cuestan más que el salario medio del noventa por ciento de los licenciados españoles? ¿Quiénes mejor que los alumnos del Instituto Europeo de Diseño, que el día de mañana harán del marketing su forma de vida y que matarán por conseguir hacernos atractivos e imprescindibles, en la medida de lo posible, los productos de ese cliente que monopoliza el mercado alimentario a costa de reducir gastos y de mermar la calidad de sus artículos, con el consiguiente deterioro de la salud de los consumidores?

Teta, culo, pene, pis

Atrás quedaron los tiempos en los que se nos instaba a pensar y a decir las cosas tal y como eran. En veinte años hemos avanzado a pasos de gigante hacia eso que se llama “progreso” y que, básicamente, no es sino preocuparse por naderías supinas, pagar diez veces más por un artículo que desechamos hace décadas y asentir con la cabeza y cantar las alabanzas de cualquier objeto en el que aparezca representado el aparato reproductor. Para demostrar lo maduros que somos y lo superados que lo tenemos, no se nos ocurre otra cosa que mostrar sin ningún pudor y lo más explícitamente que se pueda todo aquello que esté relacionado con el sexo. Luego llegas a casa y lo único que te apetece es hacer calceta con tu pareja. Normal, si ya has pasado el calentón en el museo. Con ella sólo nos queda hacer punto, o pintar o esculpir. ¿Dónde fueron a parar los desnudos sensuales, las transparencias, las insinuaciones, el quiero-y-no-puedo, el arte de la sugestión. El arte? Seguramente se quedará para los de siempre, para los pudientes, para la gente con cultura y elegancia porque lo que aquí se muestra no es sino una parodia de la belleza. Como una furcia vieja que juega a seguir siendo adolescente.

Transgresión, divino tesoro

Aunque la gente no lo crea, transgredir no es insultar. Transgredir es quebrantar, no faltar al respeto. Transgresoras fueron las sufragistas que pedían el derecho al voto de la mujer, la primera fémina que llevó una minifada, el primer negro que en el autobús se sentó en la parte de los blancos, la Sinead O’Connor que denunció los casos de abusos en la Iglesia católica en un programa norteamericano en directo, el cine de Buñuel, las obras de Lorca. Desde luego, no el vídeo de Barrio Santo en el que un actor caracterizado como un sacerdote se dedica, entre otras aberraciones, a sodomizarse con la imagen de una virgen. Si lo que se quiere es dejar huella y movilizar a la gente, date a la causa, pide audiencia con el Papa y llévate una cámara al estilo Michael Moore, entrevístate con los obispos y pregúntales acerca de los anacronismos del catolicismo. Pero no olvides que hay otras religiones, cada una con su pila de incongruencias, pero tampoco olvides que hay mucha gente que cree en ellas y que la mejor arma para combatir los radicalismos es la cultura.

¿Quién pone los límites?

Para que nos respeten, hemos de respetar. Y lo que para algunos una chanza, para otros es sagrado (¿o es que ya se nos ha olvidado el escándalo que se organizó con las doce caricaturas de Mahoma que hace unos años publicó un diario danés? Me gustaría a mí ver al Mr. Woolman, el superhéroe del vídeo de Barrio Santo en esta tesitura). Mañana lo que se exhiba puede ser un fotomontaje de algún pariente querido y muy cercano de los autores de la cinta en alguna tesitura íntima, personal escatológica y poco decorosa. No sé a ellos pero a mí no me gustaría que me ocurriera.

En pocas palabras, debemos asumir que no todo el mundo está capacitado para hacer arte, que el respeto es algo inherente a todos y que no se puede cambiar el mundo y adoctrinar en la responsabilidad a través de mamarrachadas.

viernes, 5 de diciembre de 2008

LA MÁS NORMAL DEL MUNDO

Hoy era la presentación. En una tienda del Borne (cómo no). Era una reunión para dar a conocer, no lo sé muy bien, la verdad, creo que un libro de relatos en el que me habría gustado participar pero por lo visto sólo soy buena para hacer de cla. Llegué ni más ni menos que a la hora que ponía la invitación (porque era con invitación) y la persona que me la envió me recibió con un sonoro “¿Ya? ¡Qué puntual!” que entonó al tiempo que se miraba el reloj de mano. No sé, quizás es cosa mía pero yo tiendo a pensar que si alguien te cita a las ocho y media es porque espera que vayas a las ocho y media, no a las siete ni a las nueve menos cuarto, pero parecía ser la única que tenía aquella sensación que comenzaba a convertirse en extraña. Mientras terminaban de preparar el local (esto es, coger dos papeleras y envolverlas en papel de colores para alguna actividad posterior. El que es moderno es como el que es guapo, que con poco, va) yo intentaba establecer contacto visual con alguien; buscaba una cara amiga que se hubiera percatado de había una persona nueva en la habitación, pero todos mis esfuerzos resultaron en vano. Fue viniendo gente que me iba despachando con un frío “hola” que yo acompañaba con una sonrisa. Conforme llegaron más personas, la anfitriona, la única persona que yo conocía en aquella reunión cada vez más…, diría insólita, pero cuanto más tiempo llevo en esta ciudad, más cuenta me doy de aquí son así; se acercó a los nuevos y, tras los consabidos dos besos de rigor los acompañó arriba a tomar vino y castañas. De repente, la marabunta abandonó la parte de abajo al tácito grito de “alcohol gratis” y me dejó con otra chica a la que al cabo de unos incómodos segundos de silencio le pregunté: “¿Es tuya la tienda?” Me respondió que sí y, se calló. El hielo cuajó más compacto incluso que antes. Volví a preguntarle alguna otra cosa sobre el establecimiento y, a mitad de la explicación llegó un muchacho al que ella conocía y sin la menor educación ni miramiento se dirigió hacia él sin llegar siquiera a terminar la frase que me estaba dirigiendo. Y ahí me quedé yo, clavada en la puerta con cara de tonta y postura de idiota. Tras unos segundos de duda pensé “¡Qué pintas tú aquí con esta gente! Abre los ojos, tú eres normal. NORMAL. Tanto que resultas extraña” y, sin meditarlo me largué de allí. A la francesa. Además, la música ya no me gustaba. No me quedaban ni más excusas ni más estómago para permanecer allí.

Conforme iba recorriendo esas callejuelas del vetusto barrio barcelonés en las que comercios con objetos de precios prohibitivos contrastan con la basura apilada a un escaso medio metro de la entrada y con las esquinas donde los orines de perros y borrachos han dejado huellas indelebles tanto en la pared como en el suelo, en el que se pueden seguir los rastros oscurecidos que los estrechos regueros han tatuado en la piedra; callejones donde los olores a retestín se inmiscuyen entre los de los calderos de las cocinas de los restaurantes decorados a la última cuya iluminación es inversamente proporcional a los precios de la carta, y los vahos te abofetean sin avisar al avanzar, una irreprimible sensación de soledad me iba haciendo suya. Comenzó en el estómago y fue subiendo por la garganta, donde parecía haberla controlado, pero fue lista y supo escapar hasta que se condensó en mi nariz que le pasó el mensaje a los ojos y, antes de querer darme cuenta, estaba llorando en mitad de la calle, como una niña perdida. No paré. Seguí deambulando por entre la gente, por entre las luces coloridas y las risas que abandonaban los balcones de los pisos más bajos para trepanar mis oídos, completamente borracha de autoconmiseración. Recorrí las estrechas vías de baldosas irregulares que se me ponían por delante sin fijarme siquiera en la dirección que estaba tomando hasta que, sin darme cuenta, de repente salí a un lugar donde una bocanada de aire fresco y neutro me abrazó. Era una ancha avenida, señorial, espaciosa e impersonal, gris, fría y silenciosa donde el único sonido perceptible era el calmado fluir del tráfico. Atrás quedaba ese otro mundo de apariencias y colores amargos, ese ambiente hostil enrarecido donde la respuesta a una sonrisa era la retirada de la mirada. Había dejado de oír las voces que participaban en conversaciones que nunca me tendrían a mí como tertuliana, las carcajadas de unas bromas en las que yo nunca participaría y las músicas de unas fiestas en pisos a cuyos porteros automáticos jamás llamaría y me sentí bien. Y es que yo no soy ni cool, ni guay, ni chic, ni moderna. Yo soy normal. Tan normal que resulto extraña.