El día 6 de diciembre de 2008, la novena edición del Bac! se ponía el vestido de flores de pared de salita de Cuéntame, el gorro más esperpéntico que había en los alzados, la toquilla mañanera heredada de la abuela, las gafas de sol de montura de pasta amarilla y se mostraba a los asistentes haciendo halago de toda la sencillez y buen gusto que estos grotescos trapitos le permitían. Lo que se llama “'arreglá' pero informal”. Atrás quedaron los días de vino y rosas en los que los asistentes a una inauguración se ponían de tiros largos y le sacudían la naftalina a lo mejor del armario. Esto es lo que nos ha traído la democratización del arte. En un ambiente casi irrespirable en el que apenas podías dar un paso, modernos, pseudointelectualoides, semieruditos y casiguapos se daban de bofetadas por ser los primeros en contemplar las obras que allí se exponían.
¡Viva el mal! ¡Viva el capital!
No creas que no le ha caído menudo papelón al Bac! Este año le toca vendernos la moto de lo malo que es el consumismo, de lo pernicioso de la moda y de lo alienante del capitalismo. ¿Y cómo lo van a conseguir? Fácil, predicando con el ejemplo, derribando iconos y demostrándonos que todos somos iguales, independientemente de cómo vistamos y de a lo que nos dediquemos. Por eso, el día de la inauguración, mientras la plebe aguardaba en una cola ingente para entrar a la exposición, esa gran mujer de letras, intelectual, revolucionaria e importante efigie mundialmente conocida que tan profundamente ha marcado nuestra era, Bimba Bosé llegó la última y entró la primera (junto con su enigmático acompañante, que debía de ser igual de importante si no más), saltándose a la torera con toda la cara del mundo el turno, auspiciada por Gigi R. Harrington, una de las directoras de la muestra. Ahí, ahí, duro, que somos tontos y no nos enteramos.
Pues mira que decía yo esto último con ironía y va a resultar que llevo razón. Una de las personas que concurría con alguna obra era Gori de Palma quien, cual último modelo de Barbie con sus complementos, jugaba a ser artista. Y es que ¿qué mejor representante para luchar contra la moda, las imágenes, las marcas y el consumismo que un diseñador de ropa cuyas prendas imposibles cuestan más que el salario medio del noventa por ciento de los licenciados españoles? ¿Quiénes mejor que los alumnos del Instituto Europeo de Diseño, que el día de mañana harán del marketing su forma de vida y que matarán por conseguir hacernos atractivos e imprescindibles, en la medida de lo posible, los productos de ese cliente que monopoliza el mercado alimentario a costa de reducir gastos y de mermar la calidad de sus artículos, con el consiguiente deterioro de la salud de los consumidores?
Teta, culo, pene, pis
Atrás quedaron los tiempos en los que se nos instaba a pensar y a decir las cosas tal y como eran. En veinte años hemos avanzado a pasos de gigante hacia eso que se llama “progreso” y que, básicamente, no es sino preocuparse por naderías supinas, pagar diez veces más por un artículo que desechamos hace décadas y asentir con la cabeza y cantar las alabanzas de cualquier objeto en el que aparezca representado el aparato reproductor. Para demostrar lo maduros que somos y lo superados que lo tenemos, no se nos ocurre otra cosa que mostrar sin ningún pudor y lo más explícitamente que se pueda todo aquello que esté relacionado con el sexo. Luego llegas a casa y lo único que te apetece es hacer calceta con tu pareja. Normal, si ya has pasado el calentón en el museo. Con ella sólo nos queda hacer punto, o pintar o esculpir. ¿Dónde fueron a parar los desnudos sensuales, las transparencias, las insinuaciones, el quiero-y-no-puedo, el arte de la sugestión. El arte? Seguramente se quedará para los de siempre, para los pudientes, para la gente con cultura y elegancia porque lo que aquí se muestra no es sino una parodia de la belleza. Como una furcia vieja que juega a seguir siendo adolescente.
Transgresión, divino tesoro
Aunque la gente no lo crea, transgredir no es insultar. Transgredir es quebrantar, no faltar al respeto. Transgresoras fueron las sufragistas que pedían el derecho al voto de la mujer, la primera fémina que llevó una minifada, el primer negro que en el autobús se sentó en la parte de los blancos, la Sinead O’Connor que denunció los casos de abusos en la Iglesia católica en un programa norteamericano en directo, el cine de Buñuel, las obras de Lorca. Desde luego, no el vídeo de Barrio Santo en el que un actor caracterizado como un sacerdote se dedica, entre otras aberraciones, a sodomizarse con la imagen de una virgen. Si lo que se quiere es dejar huella y movilizar a la gente, date a la causa, pide audiencia con el Papa y llévate una cámara al estilo Michael Moore, entrevístate con los obispos y pregúntales acerca de los anacronismos del catolicismo. Pero no olvides que hay otras religiones, cada una con su pila de incongruencias, pero tampoco olvides que hay mucha gente que cree en ellas y que la mejor arma para combatir los radicalismos es la cultura.
¿Quién pone los límites?
Para que nos respeten, hemos de respetar. Y lo que para algunos una chanza, para otros es sagrado (¿o es que ya se nos ha olvidado el escándalo que se organizó con las doce caricaturas de Mahoma que hace unos años publicó un diario danés? Me gustaría a mí ver al Mr. Woolman, el superhéroe del vídeo de Barrio Santo en esta tesitura). Mañana lo que se exhiba puede ser un fotomontaje de algún pariente querido y muy cercano de los autores de la cinta en alguna tesitura íntima, personal escatológica y poco decorosa. No sé a ellos pero a mí no me gustaría que me ocurriera.
En pocas palabras, debemos asumir que no todo el mundo está capacitado para hacer arte, que el respeto es algo inherente a todos y que no se puede cambiar el mundo y adoctrinar en la responsabilidad a través de mamarrachadas.
Pues mira que decía yo esto último con ironía y va a resultar que llevo razón. Una de las personas que concurría con alguna obra era Gori de Palma quien, cual último modelo de Barbie con sus complementos, jugaba a ser artista. Y es que ¿qué mejor representante para luchar contra la moda, las imágenes, las marcas y el consumismo que un diseñador de ropa cuyas prendas imposibles cuestan más que el salario medio del noventa por ciento de los licenciados españoles? ¿Quiénes mejor que los alumnos del Instituto Europeo de Diseño, que el día de mañana harán del marketing su forma de vida y que matarán por conseguir hacernos atractivos e imprescindibles, en la medida de lo posible, los productos de ese cliente que monopoliza el mercado alimentario a costa de reducir gastos y de mermar la calidad de sus artículos, con el consiguiente deterioro de la salud de los consumidores?
Teta, culo, pene, pis
Atrás quedaron los tiempos en los que se nos instaba a pensar y a decir las cosas tal y como eran. En veinte años hemos avanzado a pasos de gigante hacia eso que se llama “progreso” y que, básicamente, no es sino preocuparse por naderías supinas, pagar diez veces más por un artículo que desechamos hace décadas y asentir con la cabeza y cantar las alabanzas de cualquier objeto en el que aparezca representado el aparato reproductor. Para demostrar lo maduros que somos y lo superados que lo tenemos, no se nos ocurre otra cosa que mostrar sin ningún pudor y lo más explícitamente que se pueda todo aquello que esté relacionado con el sexo. Luego llegas a casa y lo único que te apetece es hacer calceta con tu pareja. Normal, si ya has pasado el calentón en el museo. Con ella sólo nos queda hacer punto, o pintar o esculpir. ¿Dónde fueron a parar los desnudos sensuales, las transparencias, las insinuaciones, el quiero-y-no-puedo, el arte de la sugestión. El arte? Seguramente se quedará para los de siempre, para los pudientes, para la gente con cultura y elegancia porque lo que aquí se muestra no es sino una parodia de la belleza. Como una furcia vieja que juega a seguir siendo adolescente.
Transgresión, divino tesoro
Aunque la gente no lo crea, transgredir no es insultar. Transgredir es quebrantar, no faltar al respeto. Transgresoras fueron las sufragistas que pedían el derecho al voto de la mujer, la primera fémina que llevó una minifada, el primer negro que en el autobús se sentó en la parte de los blancos, la Sinead O’Connor que denunció los casos de abusos en la Iglesia católica en un programa norteamericano en directo, el cine de Buñuel, las obras de Lorca. Desde luego, no el vídeo de Barrio Santo en el que un actor caracterizado como un sacerdote se dedica, entre otras aberraciones, a sodomizarse con la imagen de una virgen. Si lo que se quiere es dejar huella y movilizar a la gente, date a la causa, pide audiencia con el Papa y llévate una cámara al estilo Michael Moore, entrevístate con los obispos y pregúntales acerca de los anacronismos del catolicismo. Pero no olvides que hay otras religiones, cada una con su pila de incongruencias, pero tampoco olvides que hay mucha gente que cree en ellas y que la mejor arma para combatir los radicalismos es la cultura.
¿Quién pone los límites?
Para que nos respeten, hemos de respetar. Y lo que para algunos una chanza, para otros es sagrado (¿o es que ya se nos ha olvidado el escándalo que se organizó con las doce caricaturas de Mahoma que hace unos años publicó un diario danés? Me gustaría a mí ver al Mr. Woolman, el superhéroe del vídeo de Barrio Santo en esta tesitura). Mañana lo que se exhiba puede ser un fotomontaje de algún pariente querido y muy cercano de los autores de la cinta en alguna tesitura íntima, personal escatológica y poco decorosa. No sé a ellos pero a mí no me gustaría que me ocurriera.
En pocas palabras, debemos asumir que no todo el mundo está capacitado para hacer arte, que el respeto es algo inherente a todos y que no se puede cambiar el mundo y adoctrinar en la responsabilidad a través de mamarrachadas.