sábado, 26 de julio de 2008

Summer Jurásico: BLONDIE

Para ilustrar esta crítica, comenzaremos con un juego: gana quien consiga descubrir la verdadera Deborah Harry. Difícil, ¿verdad? No podéis utilizar el comodín de la llamada...

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Cuando, casi cerrado el cartel del Summercase, me comentaron que Blondie podría ser una de las confirmaciones de última hora, me pareció un comentario tan irónico por parte de quien me lo dijo que no pude remediarlo, me dio un ataque de risa que duró hasta que vi en el periódico que era cierto y se me congeló la expresión en la cara. Ya me dio pena en 1999 cuando Deborah Harry, poseída por el espíritu de Manolo, camionero de profesión, interpretaba Maria, así que ahora no quería ni imaginarme.

Pues sí, era cierto. Los primeros carteles definitivos empezaban a empapelar la ciudad y las páginas centrales exhibían sin ningún pudor los nombres de las vetustas glorias que intentarían terminar la actuación sin morir en el intento.

Y llegó el día y la hora de Blondie. Frente al escenario nos congregamos fanáticos e incrédula (moi). Los primeros hacían gala de una gran exultancia mientras que yo sentía una mezcla de morbo y curiosidad provocada por mi absoluta adicción a la decancia humana. Y desde luego, no me defraudaron. El escenario, que lucía el nombre de la banda en barras blancas y negras como los antiguos uniformes de las cárceles (donde tendrían que haberlos metido por semejante actuación), recibió a los miembros del grupo, momento en que comenzaron los aplausos. Yo no pude. La estupefacción me paralizó por completo. Una Debbie Harry completamente enfajada se puso delante del micrófono para hacer como que cantaba Hanging on The Telephone a la que siguieron algunos de sus mayores éxitos allende los años (la fantástica Call Me Atomic, Heart of Glass, Rapture, Dreaming, Sunday Girl y la ya mencionada Maria entre otros) y que se empeñó en recitarnos (por otro lado, poco más podía hacer con el muro de contención que la envolvía). Vaya, que el concierto llega a durar dos canciones más y a la pobre mujer la ingresan con síntomas de asfixia). El micro pasó más tiempo dirigido al público, que interpretó a grito pelado todos los temas que hacia la boca de la cantante (Debbie, hija, que yo he pagado un pastón para oírte a ti, no a una marabunta alcoholizada). Que es otra cosa que jamás comprenderé: a ver ¿para qué comprar una entrada que cuesta un riñón si vas a pasarte la actuación berreando como un cafre? Para eso te descargas la versión karaoke y te la cantas en Navidad, en tu cumpleaños o cuando te deje el novio. Hay mil ocasiones, pero el día del concierto NO. Y si te la sabes, ¡genial!, la cantas para adentro.

El comienzo fue bastante flojo pero poco a poco Debbie, que apenas podía moverse, fue entrando en calor y de vez en cuando nos regaló algún bailecito sencillo, eso sí, que yo pensaba que se desmontaba. Una señora con sesenta y tantos años que, para colmo de males ha llevado una vida como la suya, está ya para sopitas y buen vino y no para estos trotes. Y aunque está claro que quien tuvo, retuvo, lo que no se puede pretender es calzarse el mismo look de cuando ibas al instituto sin hacer el ridículo. Hay que saber envejecer y hacerlo con dignidad.

Sin embargo, rompiendo una lanza a su favor, diremos que la iluminación fue muy buena y ayudó en gran medida a caldear el ambiente. El concierto se disfrutó, no por la calidad del directo en sí que dejó bastante que desear, sino por la de las canciones y por la cantidad de recuerdos que traía a los allí presentes. Desde el punto de vista de la nostalgia se trató de una gran actuación.

En pocas palabras: no importaba lo que hicieran y ellos lo sabían (la cantante aprovechó para darse un baño de masas lanzando los tacones al público) y es que tenían el éxito asegurado sólo por la espectación que despertaba su sola presencia. El foso estaba totalmente entregado. No obstante, mi absoluto tirón de orejas es para la organización: hoy en día hay grandísimas voces que tenían mucha más cabida en este festival.