PJ nos deja totalmente desconcertados con su disco más sensato e intimista.
Todos nos preguntamos con nostalgia dónde está esa fémina irónica y furiosa con el mundo; dónde quedó esa rebeldía que hacía de Polly Jean el icono salvaje e indómito que nos cautivó. ¿Se habrá rendido ya? Sin embargo, hay cosas que nunca mueren: esa elegancia tan íntimamente ligada no sólo a su persona sino también a su música.
White Chalk, el octavo álbum de estudio de esta diosa, contiene once temas en los que prima el minimalismo musical por encima de todo. Nada de guitarras, ni de gritos, ni de reivindicaciones. Las canciones rezuman sumisión, pasividad y desencanto existencial, como la banda sonora de un viejo y deprimente salón del oeste de ultratumba en plena decadencia. Lo que no ha cambiado es la calidad y el esmero en la producción y en la interpretación porque, no nos engañemos, estamos ante un gran disco; demasiado denso quizás. Como con el buen cacao, hay que encontrar su momento, aprender a apreciarlo, dejarlo que se funda lentamente y sacarle todos los aromas y las reminiscencias. No es una de esas aberraciones con leche que se puede meter entre el pan todos los días para el almuerzo. Estos temas muestran lo mismo que la portada, una Polly sencilla, sin maquillaje, sin conservantes ni colorantes. Una mujer experimentada y madura.
Pero ¿quién desea madurez cuando puede tener la ira, el descaro, la frescura y la sensualidad de la antigua Harvey? Aquélla tétrica y furiosa con el mundo, la Harvey de This is Love, Under the Water, Rid of Me o A Perfect Day Elise. Esperemos que vuelva.
Disco: White Chalk (Edita: Universal Island Records)
Todos nos preguntamos con nostalgia dónde está esa fémina irónica y furiosa con el mundo; dónde quedó esa rebeldía que hacía de Polly Jean el icono salvaje e indómito que nos cautivó. ¿Se habrá rendido ya? Sin embargo, hay cosas que nunca mueren: esa elegancia tan íntimamente ligada no sólo a su persona sino también a su música.
White Chalk, el octavo álbum de estudio de esta diosa, contiene once temas en los que prima el minimalismo musical por encima de todo. Nada de guitarras, ni de gritos, ni de reivindicaciones. Las canciones rezuman sumisión, pasividad y desencanto existencial, como la banda sonora de un viejo y deprimente salón del oeste de ultratumba en plena decadencia. Lo que no ha cambiado es la calidad y el esmero en la producción y en la interpretación porque, no nos engañemos, estamos ante un gran disco; demasiado denso quizás. Como con el buen cacao, hay que encontrar su momento, aprender a apreciarlo, dejarlo que se funda lentamente y sacarle todos los aromas y las reminiscencias. No es una de esas aberraciones con leche que se puede meter entre el pan todos los días para el almuerzo. Estos temas muestran lo mismo que la portada, una Polly sencilla, sin maquillaje, sin conservantes ni colorantes. Una mujer experimentada y madura.
Pero ¿quién desea madurez cuando puede tener la ira, el descaro, la frescura y la sensualidad de la antigua Harvey? Aquélla tétrica y furiosa con el mundo, la Harvey de This is Love, Under the Water, Rid of Me o A Perfect Day Elise. Esperemos que vuelva.
Disco: White Chalk (Edita: Universal Island Records)