Les escribo porque he resuelto retirar mi nombre de la sutil, créanme, sutílisima
crítica que había realizado sobre un libro realmente penoso que su sello ha
editado. La revista los ha defendido a capa y espada, no, por desgracia, como
debe ser sino como viene siendo en estos tiempos (esténse tranquilos, tienen a
los esbirros bien aleccionados).
He tomado esta decisión porque ni mis escrúpulos y ni mis principios
(para su información lo único que nos podemos permitir los de abajo, los que no
tenemos nada que perder porque nada tenemos ni nada debemos) me permitían “vender”
semejante subproducto completamente oportunista y carente toda calidad
literaria, características éstas que ustedes ya conocen porque me resulta difícil
creer que, alguien que se encarga de una editorial de la envergadura de la
suya, no haya sido capaz de percatarse de todas las anomalías de que hace gala
la obra en cuestión.
Pero, pueden respirar tranquilos en sus sillones de jefazos,
porque esta molesta redactora no va a seguir colaborando con esa revista y los
textos saldrán según lo previsto, y ensalzarán sus mediocres títulos para que
la gente, cada vez menos instruida y menos exigente, siga comprando sus libros
a troche y moche que, no nos engañemos, es de lo que se trata, ¿verdad? No
obstante, se me ocurre una idea: si no desean encontrarse con reseñas
negativas, otra alternativa es editar títulos de calidad, pero esto, claro, ya
es más difícil y más costoso y, de seguro, infiel a la cultura del pelotazo que
impera.
Cualquier otro día habría encajado el golpe pero, ¿saben qué?
Que ya estoy harta; harta de tener que ir ofreciéndome como las furcias por las
redacciones cuando soy conciente no sólo de mi valía sino de la falta de la
misma de muchos que tiran mi currículo a la basura nada más recogerlo y que
llegaron adonde están no queramos saber cómo (porque el Planeta es muy
pequeño…).
Estoy muy cansada de ver cómo personas vulgares que no
tienen ni un conocimiento mínimo para no hacer el ridículo encuentran trabajos
más que dignos (económicamente, me refiero, porque yo no me sentaría en un
plató de Telecinco ni por todo el oro del mundo, aunque éste no esté sujeto a
IVA) mientras una generación preparada, mi generación, si no quiere pudrirse en
el banquillo, debe hacer de tripas corazón y retorcer la boina delante del
señorito mientras aguanta sin decir ni mú que éste le mate la milana bonita en
sus propias narices. Pues a mi milana no la van a matar, se lo aseguro. Mi
madre no me deja dinero ni tierras, pero me ha dado una buena educación y
principios, cosas éstas que, como de sobra conocen, no sirven para nada en la
actualidad pero a mí me permiten irme a la cama bien tranquila por las noches
sabiendo que no he engañado a nadie y, lo que es más importante, que no me han
doblegado. ¿No quieren una historia que venda? Pues ésta es un filón. Aquí se
la dejo, en bandeja.
No padezcan tampoco por si pudieran ver esta carta publicada
en ningún medio; ustedes y yo sabemos que esto no pasará (si así de servicial
se presenta una revista gratuita de tirada hiperreducida, excuso decirles los grandes
nombres que adornan, porque es para lo único que sirven hoy en día, los kioscos).
Y ahora mándenme a la Guardia Civil, quémenme en la hoguera,
háganme vudú u oblíguenme a leerme otro de sus libros que a esta pobre
desgraciada, a estas alturas de su vida, casi anciana ya para el mundo laboral,
lo único que pueden ustedes quitarle es el hambre, porque ya ni sueños le
quedan.
Atentamente,
YO