viernes, 19 de febrero de 2010

EL PODER DE LAS MARCAS

La publicidad, para bien o para mal, mueve masas. Nada interesan la calidad ni las prestaciones ni el precio ni las consecuencias del producto; lo que importa (y esto lo saben bien quienes se dedican al arte de vender) es que éste resulte atractivo y tenga un nombre que choque, que sea pegadizo, que suene en las mentes de la gente y perdure en su retentiva. No nos engañemos, la misión de los publicistas no es dar a conocer un producto sino inducir al común de los mortales al consumo del mismo, resulte o no beneficioso o necesario; lo que viene siendo en mayor o menor medida la manipulación. Esto no tiene mayor relevancia cuando se trata de un detergente para lavavajillas o de un champú o de una cuchilla de afeitar, pero cobra una magnitud trascendental si hablamos del futuro de los países. Si bien existen logotipos, eslóganes e imágenes que resultan ridículos en objetos, aplicados a políticos resulta grotesco. ¿Quién elegiría a Ronald McDonald de alcalde, a Michelin de representante sindical o confiaría sus ahorros al conejito de Duracell? Esto que puede resultar chocante e incluso provocar alguna que otra sonrisa no es sino lo que ha ocurrido en España.

De cómo José Luis se convirtió en ZP

En 2004, vio la luz el producto electoral estrella cuya imagen renovada se erigía en panacea de lo que ha resultado ser una sociedad de responsabilidad limitada (¡limitadísima!) que hacía agua desde que los anteriores “accionistas mayoritarios” comenzaran unas pugnas internas sumamente dañinas (más o menos lo que les está ocurriendo a la competencia en estos momentos). Esta purga de Benito, de nombre José Luis Rodríguez Zapatero, de bondades olvidadas nació bajo dos eslóganes: “Nos merecemos una España mejor” y “Zapatero presidente”, dado que por lo visto no estaba por la labor de cumplir el primero, decidió adoptar las siglas del segundo y convertirse en ZP para la posteridad. Y así se quedó.

Busque, compare y si encuentra algo mejor...

Pero, seamos sinceros, la culpa no es ni de esta artera ciencia del maquillaje ni de los que se dedican a ella ni de quienes gustosamente se prestan a presentarse como producto. La culpa es nuestra. Nuestra y de nadie más. ¿Cómo podemos elegir una marca para gobernar? ¿Cómo puede un país elegir como representante ante el mundo un producto semejante? Y como de publicidad va el tema, rescatemos aquel lema tan popular de los ochenta: “busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo”. ¿Que lo que presenta la competencia tampoco es una alternativa a la altura de lo que necesitamos? La solución resulta bien sencilla: volvemos a casa con la bolsa de la compra vacía para que las “empresas” se molesten en hacer un estudio de mercado y ver qué hace falta y qué quiere el pueblo. A nadie le ponen una pistola en la cabeza para dirigirse a las urnas ni le multan por no hacerlo. Afortunadamente, esto (todavía) no es Argentina. 

Porque nosotros lo valemos

Sí, nuestros políticos son culpables de habernos convertido en una parodia pero nosotros también lo somos de complicidad, por permitirlo. No podemos pedirles a los demás deferencia cuando nosotros mismos no nos respetamos. Entendámoslo de una vez.

Abstenerse también es opinar. Hagamos uso de la poca libertad que nos dejan mientras podamos. "Porque nosotros lo valemos."